Muhammad Ali, leyenda del boxeo y héroe de los jóvenes negros de EEUU
El mítico boxeador estadounidense Mohamed Ali ha muerto este viernes a los 74 años en un hospital en Arizona, según ha confirmado el portavoz de la familia Bob Gunnell. «Después de una batalla de 32 años contra la enfermedad del parkinson, Mohamed Ali ha muerto a los 74 años. El tres veces campeón del mundo de los pesos pesados ha muerto esta noche», ha afirmado Gunnell, según la cadena NBC. Ali había sido hospitalizado el jueves por problemas respiratorios.
La última aparición pública de Ali se produjo en abril en una gala benéfica en Arizona que tenía como objetivo recaudar fondos para la fundación del boxeador que investiga en la lucha contra el parkinson, enfermedad con la que fue diagnosticado en 1984 a los tres años de colgar los guantes.
Ali fue uno de los grandes símbolos del deporte del siglo XX, incluso en países donde el boxeo no era un deporte especialmente popular. Su figura está asociada también a la lucha de la comunidad negra por sus derechos civiles y a los conflictos políticos que desgarraron a EEUU en los años 60 y 70. Ali hizo algo que pocas figuras del deporte han hecho nunca: renunciar a todo para defender sus ideas políticas.
«Nadie del Viet Cong me llamó nunca nigger»
Obligado a servir en el Ejército durante la guerra de Vietnam, se negó a hacerlo y se declaró objetor de conciencia tanto por razones religiosas como políticas. La frase que mejor definió su postura era también un ataque al racismo: «Yo no tengo ningún conflicto con el Viet Cong. Nadie del Viet Cong me llamó nunca nigger» (término racista dirigido a los negros). En abril de 1967, se presentó en el centro en el que debía formalizar el reclutamiento, pero se negó a levantarse cuando se pronunció su nombre. Fue detenido y se le comunicó que su negativa podría suponer una pena de cinco años de cárcel y una multa de 10.000 dólares.
Los organismos deportivos le quitaron la licencia de boxeador y le despojaron de sus títulos. No volvió a pelear en tres años. En el juicio fue declarado culpable, así como en la apelación. Un nuevo recurso llevó el caso al Tribunal Supremo y Ali no llegó a ingresar en prisión, como le habría ocurrido si no hubiera sido Muhammad Ali. Cuatro años después, el Supremo anuló la condena.
Ali no perdió la oportunidad de enfrentarse al establishment blanco esos años con frecuentes conferencias y actos públicos en universidades para hablar en contra del reclutamiento y de la guerra de Vietnam. Ya antes había sorprendido al país con su decisión de convertirse al Islam y cambiar su nombre. «Cassius Clay es mi nombre de esclavo», dijo. La mayoría de los medios de comunicación siguió llamándole Clay durante años.
Se asoció a Nación del Islam, un grupo radical con un líder, Elijah Muhammad, que predicaba en contra de los matrimonios mixtos y de la integración de los negros en una sociedad regida por los blancos. A ese mismo grupo pertenecía Malcolm X hasta que se separó porque Nación del Islam se había convertido en una especie de secta. Ali se mantuvo dentro de la ortodoxia segregacionista de Elijah Muhammad hasta que en 1975 optó por aceptar el credo tradicional suní del Islam.
Su desafío al establishment le convirtió en el líder natural de los jóvenes negros. «El hecho de que estuviera orgulloso de ser negro y de que tuviera tanto talento hizo que muchas personas pensaran que era peligroso», dijo años después el jugador de baloncesto Kareem Abdul-Jabbar, que también cambiaría su nombre cristiano por uno musulmán. «Y era por eso por lo que yo lo admiraba tanto».
El combate contra Sonny Liston
Tras años de inactividad, pudo volver a los cuadriláteros al levantarse su suspensión. Nadie creía que pudiera volver a ser el campeón que había sido antes. El primer momento mítico de su trayectoria deportiva había sido el combate por el título contra Sonny Liston en 1964. Liston no sólo era el favorito, sino que representaba una figura amenazadora –un tipo duro de las calles que había estado en prisión– que podría poner en peligro la misma integridad física de Ali.
Ante ese aparente desequilibrio, Ali reaccionaba con la arrogancia y descaro que le acompañaron en toda su carrera. Era capaz de burlarse de sus contrincantes de todas las formas posibles, incluidas las más ofensivas. A Liston le dedicó frases que ningún blanco se hubiera atrevido a utilizar («huele como un oso»), lo que era temerario hasta niveles inconcebibles. Liston podía decidir no ya ganar el combate, sino enviar al hospital a Ali.
En uno de los combates sobre los que fundamentó su leyenda, Ali derrotó a Liston cuando este no salió de su rincón antes de empezar el séptimo asalto. Había arrancado el combate con una furia imparable, como si quisiera callar la boca al charlatán Ali cuanto antes, pero su rival no le esperó y se dedicó a bailarle por todo el ring, moviéndose constantemente, picándole «como una abeja» a la menor oportunidad, desgastándole hasta que Liston, perplejo, empezó a encajar los golpes realmente duros.
Ali ya era campeón del mundo con 22 años, pero su pelea posterior contra el reclutamiento militar podía haber terminado con su carrera. Era lo que esperaba todo el mundo. A su vuelta de la suspensión, se notaron los años de inactividad y de hecho perdió a los puntos contra Joe Frazier en 1971. Lo que sí volvió fue la lengua de serpiente de Ali que se había dedicado a insultar a Frazier en los términos raciales más explícitos. No es que le llamara feo y estúpido, que también. Lo presentaba además como «un instrumento del establishment blanco», alguien a quien sólo lo apoyaban «los blancos con sus trajes», porque era una especie de «tío Tom», el negro bueno que siempre se inclina ante los blancos. En cambio, él era el defensor de los «chicos jóvenes del gueto».
Ali era un espectáculo impagable para la prensa y una garantía de que sus rivales le odiarían antes de subirse al ring. Ali buscaba sacar de sus casillas a adversarios que ya eran más fuertes y jóvenes que él y lo conseguía casi siempre.
Perdió ese combate pero tres años después ganó la revancha y el derecho a pelear con el campeón, una figura aún más brutal, aunque mejor persona, que Sonny Liston. Podía enfrentarse con 32 años a George Foreman. El dictador africano Mobutu Sese Seko hizo de anfitrión de una cita que adquirió carácter de leyenda.
El gran duelo de Kinshasha
Foreman, de 25 años, había aniquilado a Frazier en una pelea anterior y esta vez parecía que el juego de piernas del danzarín Ali no le salvaría de la derrota. La pelea se celebró en Kinshasha, Zaire, el 30 de octubre de 1974. Se le llamó The Rumble in the Jungle.
Ali no podía correr tanto como antes ni podía impedir que alguno de los martillazos de Foreman le hiciera daño de verdad. Pero eso no afectó ni a su preparación ni a su habitual demolición psicológica del adversario antes del duelo. Siguió dando frases memorables a los periodistas, los mismos que estaban convencidos de que iba a perder y que se reían cuando decía: «Sólo la semana pasada, asesiné a una roca, herí a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo. Soy tan malvado que consigo poner enfermas a las medicinas». Foreman sólo era un gran campeón del boxeo. Ali, un espectáculo permanente las 24 horas del día. Él había creado el mito y lo alimentaba con pasión cada vez que veía una cámara cerca.
Se convirtió en el héroe de los jóvenes zaireños que le gritaban «¡Ali bumaye!» cuando le veían. Quería decir «Ali, mátalo», porque no había que engañarse. Todo el mundo esperaba un combate salvaje y sangriento.
Lo que no esperaban, en especial los especialistas del boxeo, es lo que ocurrió. Incapaz ya de frenar todas las acometidas de Foreman moviéndose sin parar por todo el cuadrilátero, Ali se quedó en las cuerdas, ya desde el segundo asalto, y desafió a su rival para que le pegara aún más fuerte, burlándose de él constantemente. «¿Eso es todo lo que tienes, George? Me dijeron que pegabas más fuerte». Más que una estrategia, parecía una invitación al suicidio.
Sin embargo, Ali consiguió ahorrar energías sin recibir un mazazo definitivo en la cabeza. Recibió un castigo fortísimo y lo aguantó. Foreman cayó en la trampa y agotó sus fuerzas con un golpe tras otro, ninguno de ellos letal. Mucho antes de lo que esperaba cualquier analista del boxeo con un portento físico como él, empezó a largar guantazos al aire y a cansarse. A mitad de pelea, era él quien presentaba el rostro más castigado. Ali le golpeaba en la cara, no con intención de tumbarle, sino de ir minándole poco a poco. Se tumbaba sobre Foreman, que tenía que hacer un esfuerzo considerable para quitárselo de encima.
En el octavo asalto, ya con Foreman tan cansado como desesperado, Ali conectó una sucesión de golpes que acabaron con su contrincante en la lona. El árbitro dio por terminada la pelea. Ali volvió a gritar que era «el más grande» y ya nadie podía discutírselo.
Muhammad Ali se retiró con un balance de 56 victorias y 5 derrotas.