La particular idiosincrasia empresarial japonesa, alimenta historias tan deliciosas como incomprensibles en occidente. Los edificios de oficinas de los fabricantes de electrónica, son un metro más bajos que el de Panasonic, una muestra de respeto al más grande del gremio. Los ingenieros más antiguos no abandonan la compañía cuando se jubilan y desde que uno nace, comienza a estar rodeado de tres diamantes donde quiera que mire.
Los hospitales, el equipamiento médico, constructoras, bancas, electricidad, electrodomésticos y electrónica, son Mitsubishi. Y eso que después de la segunda guerra mundial, la administración japonesa se propuso limitar el poder de estas inmensas corporaciones, no solo para que hubiera competencia, sino que para dejaran al gobierno gobernar.
Y precisamente por esto, el jarro de agua fría ha sido más que notable cuando el exitoso pero siempre extraño a los nativos, Carlos Ghosn, anunciaba la compra de una porción de la compañía más grande y más japonesa de Japón. Cierto es que Mitsubishi había perdido fuelle hace un par de generaciones de vehículos en los mercados en los que la alianza con Renault ha llevado a Nissan a lo más alto, pero aunque sólo fuera por una cuestión de ideario, al japonés de a pie y al parqué toquiota, la noticia no le ha caído bien.
Firma del acuerdo en la sede central de Nissan en la bahía de Yokohama
En cualquier caso, hay que observar la operación como una oportunidad para ambas partes. Nissan ya conoce bien cómo funciona Mitsubishi, y de hecho, lleva delegando en ella la fabricación de motores pequeños y algunos modelos para el reguladísimo mercado de coches diminutos o key cars, en Japón. Además, han penetrado con mucho más éxito que Nissan en China y mercados asiáticos de segundo nivel pero enorme potencia, como Tailandia o Filipinas. Y si por algo se ha caracterizado la presidencia de Nissan en la época de la alianza (con Renault y Daimler), ha sido el pragmatismo.
Cosa distintas será cómo se encaren las resoluciones a las denuncias por manipulación en los datos de emisiones, que las habrá, por parte del consejo hasta ahora presidido por Osamo Masuko, un clásico de las finanzas japonesas a quien su columna vertebral ya no le soporta ni una reverencia de perdón más. Él también sabe que por mucho que lo lamente, tendrá que aflojar la cartera. Y más de 2.000 millones euros en la caja, arreglan mucho un panorama de sanciones, arreglos y reingeniería.